Cuatro personas se conocieron en un Máster de Enología y Viticultura en Madrid. Al compartir la misma pasión, tras realizar vendimias por el mundo, deciden unirse para crear una bodega desde cero en la Comarca del Matarraña.
¿Qué tendrá este lugar tan especial?
La Comarca del Matarraña tiene una larga historia como zona vitivinícola.
Durante la Edad Media, el pueblo turolense de Peñarroya de Tastavins, a menos de diez kilómetros de nosotros, fue un centro importantísimo en el comercio del vino, puesto que allí se reunían los compradores catalanes y valencianos con los vendedores aragoneses y navarros, para «testarlos». De ahí nace el nombre del río Tastavins, que significa «cata de vinos».
Los viñedos formaron parte del paisaje agrícola de la Comarca del Matarraña. En los años 70 había trece mil hectáreas dedicadas a la vid en el Bajo Aragón de Teruel. La vid fue el primer cultivo por Cretas, Valderrobres y Fuentespalda. Hasta los años 90, cuando los problema con las cosechas y comercialización llevaron a los agricultores a arrancar casi todos los viñedos, sustituyendolos por otros cultivo como el almentro y el olivo.
En la actualidad están surgiendo bodegas en el Matarraña que apuestan por la elaboración del vino de calidad, para recuperar aquella antigua cultura vitivinícola que se había perdido, rescatando las viñas viejas y variedades autóctonas de la zona casi desaparecidas, como la garnacha peluda. No pudimos evitar unirnos a esa causa.
En abril del 2000 se decidió crear la primera Feria del Vino en Cretas, para promocionar los vinos de la Comarca del Matarraña. Feria que se celebra una vez al año hasta la actualidad.
Cuatro personas se conocieron en un Máster de Enología y Viticultura en Madrid. Al compartir la misma pasión, tras realizar vendimias por el mundo, deciden unirse para crear una bodega desde cero en la Comarca del Matarraña.
¿Qué tendrá este lugar tan especial?
Defendemos la menor intervención, realizamos solo los trabajos que son necesarios, casi todos ellos de manera manual. Evitamos la erosión del suelo, mantenemos su cubierta vegetal natural. La dejamos crecer durante el invierno y la segamos cuando empieza a despertar la planta para evitar competencias por nutrientes y agua.
La propia hierba picada se convierte en el propio compost de la viña. Al encontrarnos certificados en ecológico, limitamos el uso de fitosanitarios. Tratamos solo cuando es necesario con la dosis necesaria con productos ecológicos. Podemos reducir estos tratamientos con una buena gestión en el viñedo proporcionando mayor aireación en la planta. De esta manera se respetan otras formas de vida como los insectos, donde algunos de ellos nos ayudan a luchar contra otras plagas. Poseemos un riego de apoyo, con el aumento de la sequía y el aumento de las temperaturas lo vimos necesario. Solo regamos cuando es necesario.
La bodega y los viñedos se encuentran en la misma finca, la «Finca Mas de Llucia».
Elaboramos solo con nuestras propias uvas, ya que queremos ofrecer vinos que expresen el sabor de la tierra con el menor impacto en el medio ambiente. Los vinos que elaboramos pueden ser degustados participando en las experiencias que ofrece la bodega o en el restaurante del hotel que también se encuentra en dicha finca.
Antes de que naciera este proyecto, ya había viñas plantadas en la «Finca Mas de Llucia» desde 1972. Dichas viñas, de más de cincuenta años, las rescatamos y ahora nos permite la oportunidad de elaborar con ellas Senglar y Saviesa. Los vinos elaborados con cepas viejas poseen una complejidad mayor que la de una plantación joven, al tener menor producción sus racimos, su concentración es mayor y por eso son tan especiales.
La decisión de escoger variedades de uva autóctonas permite a estas plantas adaptarse y desarrollarse mejor con la menor intervención ya que se encuentran en su hábitat, de esta forma es un cultivo más sostenible.
La «Finca Mas de Llucia» alberga seis hectáreas de viñedos en producción, con variedades autóctonas como Cariñena, Garnacha Tinta, Macabeo y Garnacha blanca.
El primer paso para crear algo ocurre a través de la imaginación. Unos ojos que ven más allá de lo que en apariencia se encuentra delante de tus ojos. Nos gustaría pensar que nosotros escogimos el lugar donde desarrollar este proyecto, pero seríamos unos ilusos. No lo elegimos, nos enamoramos del Matarraña.
La motivación y la ilusión es el motor de este proyecto, pero puede ser efímera en los duros momentos. El trabajo del campo puede ser muy físico, pero también muy mental. La motivación y la ilusión deben alimentarse y complementarse con trabajo duro. No sirven si no tienes un plan y lo cumples día tras día.
Este proyecto no es posible sin la acogedora gente del Matarraña: agricultores, trabajadores, restaurantes, proveedores, bodegas de la zona y vecinos. Ellos conocen mejor esta tierra que nosotros, nos ayudan y guían durante el camino.
En todo proyecto es fácil perderse en la multitud de detalles, trabajos e imprevistos en el viñedo o en la bodega y juega con nuestras emociones dispuestas a arroyarnos. Es importante, a pesar de ellos, estar serenos, mirar en perspectiva y recordar quienes somos.
Centrarse en los pequeños detalles es imprescindible para marcar la diferencia dentro del competitivo mundo del vino. Tratamos de cuidar cada paso que damos desde el viñedo hasta el embotellado. Seguir formándonos y cuestionándonos, conociendo año tras año nuestro viñedo, buscando mejorar año tras año un poco más.
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